Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Santo criollo

Ciao Massimo !

En suma, el caso de San Felipe de Jesús es una metáfora nacional de tipo religioso que cumplió un cometido importante en el afianzamiento del pensamiento criollo de la Nueva España. En el futuro habría que escarbar en los archivos de la curia mexicana para descubrir los esfuerzos que se realizaron específicamente para enaltecer a este primer santo mexicano.

El incidente de Nagasaki mostró una profunda división que existía entre los misioneros católicos en Asia, separados por su dependencia del poder español y portugués. Esa división contenía también una percepción distinta sobre los métodos misioneros que debían aplicarse en Asia: los jesuítas procuraban una adaptación de los ritos católicos para penetrar las culturas del Este lejano. Las demás congregaciones repetían en gran medida la experiencia ensayada en América y Filipinas. La muerte de Felipe de las Casas fue de algún modo “cobrada” por las órdenes misioneras con su canonización y abanderamiento de la causa criolla novohispana, muy útil en su momento.

Una apreciación adicional es que el conflicto religioso en Asia demuestra también el agotamiento material y militar del imperio español, que llegaba a sus límites en aquel continente, y que fue incapaz de continuar con su empresa de conquista, quizás para fortuna de la diversidad cultural del mundo contemporáneo.

Por lo pronto, su figura se muestra como un ejemplo de la influencia asiática en México y su conexión con los debates religiosos que gobernaron al mundo católico, incluso en lejanas tierras asiáticas. Continuaré posteando diversos datos y eventos de ese choque cultural iniciado en el siglo XVI, con otros ejemplos de tal influencia del Oriente en la Nueva España.

En el terreno artístico deben mencionarse los murales de la catedral de Cuernavaca, que muestran el martirio de los frailes en Nagasaki, así como la insólita importación de marfiles asiáticos, varios de ellos procedentes de Japón, con la efigie de San Felipe de Jesús. Estos ejemplos son de una riqueza inapreciable.



Los murales de Cuernavaca muestran la primera etapa en que se mencionaba a todos los mártires del Japón, y fue tan sólo al final del siglo XVII cuando se singulariza a Felipe de Jesús como El Santo Mexicano, dejando a un lado de los otros crucificados. Ello ejemplifica el impecable manejo iconográfico de la causa criolla.



Un acontecimiento que sucedió a finales del siglo XVI, narrado insistentemente en el XVII y XVIII. Las expresiones de fervor religioso novohispano durante dos siglos fueron catalogados cuidadosamente por Reiko Kawata (1).


1640 Un santo de mi patria (Miguel Sánchez)

1652 Patrón de nuestras Españas (Jacinto de la Serna)
Patrón de Nuestro México
Brío español y aliento mexicano

1681     Santo Criollo (Juan de Avila)

1682      Felipe es clavel, flor y fruto mexicano (Baltasar de Medina)

1683     Criollo de México, honra de la América (Joseph de Torres Pezellín)

1684     El nacional y patrio amor (Antonio Vidal de Figueroa)

1685 Nuestro Americano Cielo San Felipe de Jesús (Antonio Joseph
Pérez)

1768     Hijo de México (Joseph Angel de Cuevas Aguirrre y Abendaño)
Mexicano de San Felipe.

1782    El Mexicano San Felipe de Jesús (Joseph Francisco Valdés)
1802     Su mexicana sangre (Breve....Anónim
             
           Habría que agregar solamente el elogio nacionalista y romántico que Ramón López Velarde hace en la Suave Patria: “Te dará, frente al hambre y el obús, un higo San Felipe de Jesús”, como la figura milagrosa que se opone al siglo de conflictos que atravesó México en su primera etapa independiente. Coincidencia quizás pero Felipe de Jesús fue sustituído a partir del año 1857 en el calendario cívico del México Juarista, cada cinco de febrero por el día de la Constitución. No es cuestión de colgarle más milagritos al santo, pero a lo largo de todos esos siglos se adherezaron muchos beneficios políticos de tener un santo nuestro.


[i] Ibidem., pp.170.

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