Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

viernes, 23 de octubre de 2009

Una paz precaria 1


Antes de concertar el Tratado de Zaragoza, en 1529, las coronas española y portuguesa habían entrado en conflicto por el interés de ambas de controlar las islas de la especiería. Los lusitanos tenían ventaja al dominar la ruta por África y la India, donde contaban con varios puertos para abastecerse en el largo camino. Los españoles en cambio, debían pasar ocultos ante la vigilancia portuguesa o intentar, como lo hicieron repetidas veces, por el lado del Pacífico.

El acuerdo firmado en Zaragoza fue, como hemos visto, una tregua calculada en el despacho de Carlos V, pensada en hábiles términos geostratégicos, pero con muy poco interés de la parte española de mantener su vigencia... al menos hasta que encontraran un método seguro de acceder a la zona. Esto duró prácticamente tres décadas, una generación, que condujo a los españoles a conquistar las islas Filipinas, claramente en la órbita portuguesa.

Detengámonos un poco en las crónicas de marineros y soldados que entraron en aquel conflicto, localizado en el otro extremo de Europa, las islas Molucas, en el extremo oriental del archipiélago indonesio, que estaban dominadas por dos estados indígenas soberanos, Ternate y Tidore, con sus propios conflictos y que exigían tributo precisamente en especias de las poblaciones a su alrededor.

Tres expediciones amparadas por España tenían como propósito llegar y asentarse en las Molucas, dos enviadas desde la península: la de Fernando Magallanes, realizada de 1519 a 1522 y la de García Jofre de Loaisa, entre 1525 y 1526, y una tercera que salió desde la Nueva España, a cargo Álvaro de Saavedra Cerón, sobrino de Hernán Cortés, 1525 a 1526.


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Antonio Pigafetta dejó escrito un diario del viaje de Magallanes alrededor del mundo, que constituye el testimonio más valioso de aquella expedición. Con curiosidad de explorador describe la llegada de los españoles a las ansiadas islas de la especiería, procedentes de Filipinas, del 7 de noviembre hasta 21 de diciembre de 1521, para continuar su travesía de regreso a Europa.

Ya había muerto Magallanes, pero la expedición mantenía su objetivo de afianzar el poder español en un territorio tan desconocido como apreciado. La corona española estaba dispuesta a reclamar ese espacio como si fuera parte del área acordada en el Tratado de Tordesillas, algo improbable debido a la imprecisión del conocimiento geográfico de aquella época.

Dejemos correr la narración de Pigaffeta que nos cuenta con detalle el choque de los imperios portugués y español para encontrarse en el extremo opuesto de Europa: uno, que había llegado por la ruta de África y la India y el otro por el lado del Pacífico. La historia contada en una nuez.
7 de noviembre de 1521. Vemos las isla Malucco. El piloto que cogimos en Sarangani nos dijo que (las cuatro islas) eran las islas Malucco. Dimos gracias a Dios, y en señal de regocijo disparamos toda la artillería. No debe extrañar nuestra gran alegría al ver estas islas, si se tiene en cuenta que hacía veintisiete meses menos dos días que corríamos los mares y que habiamos visitado una infinidad de islas, buscand siempre las Malucco.
Impostura de los portugueses. Los portugueses han propalado que las islas del Malucco están situadas en un mar innavegable a causa de los arrecifes que se encuentran por todas partes y de la atmósfera nebulosa y empañada de espesas nieblas; sin embargo, es todo lo contrario, y nunca, hasta las mismas Malucco, hubo menos de cien brazas de agua.
8 de noviembre de 1521. Llegada a Tadore. El viernes 8 de noviembre, tres horas antes de la puesta del Sol, entramos en el puerto de una isla llamada Tadore. Anclamos cerca de tierra, con veinte brazas de agua, y disparamos toda la artillería.
9 de noviembre de 1521. Visita del rey. A la mañana siguiente vino el rey en una piragua y dio vuelta en torno de nuestro navíos. Salimos a su encuentro en las chalupas para testimoniarle nuestro reconocimiento; nos hizo entrar en la piragua y nos colocamos a su lado. Estaba sentado bajo un quitasol de sed, que le cubría enteramente. Delante de él, en pie, un hijo suyo llevaba el ctro real; dos hombres con sendos vasos de oro llenos de agua para lavarse las manos, y otros dos con dos cofrecillos dorados de betre (betel).
Acogida del rey. Cuando supo quiénes eramos y el objeto de nuestro viaje, nos dijo que él y todos los pueblos tendrían gran alegría siendo amigos y vasallos del rey de España; que nos recibiría en su isla como a sus propios hijos; que podíamos bajar a tierra y estar en ella como en nuestras casa; y que, por amor a nuestro soberano, era su voluntad que desde aquel día en adelante dejase el nombre de Tadore y tomase el de Castilla.
Por lo que se puede observar, el rey cumplía cuidadosamente con un protocolo necesario para protegerse de la amenza de los españoles. No existía en sus acciones ninguna ingenuidad, luego de haber convivido con los portugueses por más de una década, prefirió generar confianza en los recién llegados. El domingo 10 de noviembre tuvieron una segunda entrevista en la que se mostró la curiosidad del rey.
Nos preguntó cuáles eran nuestros sueldos y qué ración nos daba a cada uno el rey de España. Satificímos su curiosidad. Nos rogó también que le diésemos un sello del rey y un estandarte real, pues quería, según dijo, que tanto su isla como la de Tarenate, en la que se proponía proclamar rey a su sobrino Calanogapi, fuesen en adelante tributarias del rey de España, por quien en lo futuro combatiría, y que si por desdicha sucumbiese a sus enemigos, iría a España en uno de sus barcos, llevando consigo el sello y el estandarte. Nos rogó en seguida que le dejáramos algunos de los nuestros, que le serían más preciados que todas las mercancías, las cuales -añadió- no le recordarían tanto tiempo como los hombres al rey de España y a nosotros.
Viendo nuestra prisa por cargar los navíos con clavos de especia, nos dijo que los de la isla no estaban bastante secos para nuestro objeto y que los buscaría en la isla de Bachián, en donde esperaba encontrar cantidad suficiente.
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Antonio Pigaffeta. Viaje alrededor del mundo, traducción al castellano de Federico Ruiz M., Espasa-Calpe Argentina S.A., 1941. Texto íntegro incluído en La primera vuelta al mundo, Magallanes, Elcano y el Libro Perdido de la Nao Victoria, Academia Colombiana de Historia, Plaza & Janés, segunda edición, Bogotá, 1988, pp. 230-245.

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